El Dr. Zito y los perros del desierto

 

Quizá recuerdes aquellos libros pequeños, de papel basto, mancillados por el lomo, que tu padre o tu Tío Miguel solían leer en verano, esperando el autobús, viajando en metro, libros del oeste o del espacio, con portadas de colores desleídos, repletas de villanos armados, de muchachas rebosando escotes turgentes o de hombres perseguidos en escorzo, con títulos fabulosos como La embajada del miedo o La muerte elige, escritos por autores de nombres vagamente anglosajones como Curtis Garland o Silver Kane. Aquellos eran los bolsilibros o libros “de a duro” y en realidad estaban escritos por personas que habían nacido en Oviedo o Barcelona, que se apellidaban Muñoz o González, escritores de velocidad y al peso que por orden editorial parían cuatro o cinco novelas al mes porque en ello iba el pan de sus hijos, estajanovistas de las letras que se embarcaban en un teclear incansable que les hacía viajar de un pueblo polvoriento de Texas a las superficies brillantes de Ciudad Omega o la destartalada oficina de un comisario, un tal Méndez.

Perros del desierto es sin duda una novela heredera de aquellos febriles bolsilibros. Sin embargo, su autor, Francisco Serrano, que como ves ha renunciado a cambiarse el nombre por el de Frank Sierra por ejemplo, ha llevado los mimbres de esa literatura (con minúscula) mucho más lejos, mucho más fuerte, casi en un salto al hiperespacio. Decía el añorado JG Ballard en sus memorias que a todo padre le llega el momento de aceptar que su hijo se ha convertido en mejor persona que él. Y eso, mejor escritor en este caso, es lo que al mirar a Fran (me niego a llamarle Francisco) habrán de aceptar gentes humildes como Kane o Garland, pero también muchos de los arrogantes que se empeñan en adjudicarse la administración del término “Literatura” (con mayúscula).

Porque Perros del desierto no es literatura burguesa. En sus páginas no aprenderás quienes fueron los constructores de las catedrales ni encontrarás personajes que te ayudarán a conocerte a ti mismo. Puede que en todo caso, entre los secarrales y las planicies del desértico planeta sin nombre en el que se desarrolla su trama, descubras que el mundo, este y cualquiera, es un lugar caótico e impredecible. Es probable que vislumbres también un universo repulsivo y atrayente en el que querrás quedarte, del que querrás saber más, del que no querrás marcharte, como han conseguido desde siempre las mejores historias de aventuras y las narraciones extraordinarias. Y es seguro que durante su lectura descubrirás el talento candente de un escritor nato del que hasta ahora no habías oído hablar.

Fran Serrano es un dingo. Un perro salvaje del desierto australiano. Lleva ahí fuera mucho tiempo, oliéndote, vigilándote, sin que tú lo hayas notado. Dicen que a los dingos no hay que mirarles a los ojos si te cruzas con uno de ellos. No les gusta. Se sienten amenazados. Se vuelvem violentos. Y algo así le ocurre a Cruz, el protagonista de Perros del desierto, cuando lo acorralan. Yo te pediría sin embargo que mirases a Fran a los ojos, que no desvíes tu mirada de esta historia que te propone. Porque como decía más arriba, uno de sus logros es el de haber tomado las virtudes del bolsilibro –el arrojo, la construcción ardiente, la inmersión en el género- y haber descartado sus defectos –los giros manidos, el descuido en la forma, los clichés - para crear algo nuevo, una literatura certera, de una prodigiosa densidad narrativa, con un vocabulario insólito, con una economía del lirismo que hace que cada una de sus imágenes y metáforas te perforen como una bala. Por eso no importa si no conoces los bolsilibros. Por eso tampoco importa si no te fijas en las influencias de Lovecraft, Cormac McCarthy o Dashiell Hammet. Porque Perros del desierto se sostiene por sí misma. Es una novela áspera, violenta y seca como el mejor hard-boiled, pero de un estilo exuberante como la flor encarnada y breve de un cactus de Sonora. Cuando termines de leer Perros del desierto, notarás en la boca un sabor a arena, los ojos alucinados, darás la vuelta al libro y examinarás su contraportada mientras piensas “Quiero más.”

(Prólogo a Perros del desierto de Francisco Serrano, incluido en el Fanzine "Memento Mori #1". La ilustración de Marcos de Diego también aparece en dicho Fanzine)