Enyd Blyton goes to Hell


Dibujo de Guillermo P. Mogorrón
Por Absence
 
En una escena de esta briosa novela (tranquilos, sucede en el segundo capítulo), una jovencita lee un tebeo de terror y acaba perdida en el elíptico espacio entre viñetas mientras la realidad se altera a su alrededor. La historieta no se cita pero es un clásico tan reconocible como indiscutible: Jenifer de Bruce Jones y Bernie Wrighston, publicada en la páginas de un viejo Creepy de 1974. Treinta años más tarde otro maestro de lo macabro, Dario Argento, adaptaría ese mismo relato como parte del proyecto televisivo Masters of Horror. Una de las películas más fascinantes del director italiano es Suspiria, genuina catedral del terror puro e inexplicable cuya acción se localiza en un internado para estudiantes de ballet. Hablar de catedral no es gratuito porque Argento hace del edificio una verdadera arquitectura del Mal, una construcción maldita cuyas paredes se empapan de perversidad para escupir luego maldad a quienes la habitan. En Nigromancia en elreformatorio femenino también se alza una construcción maléfica sospechosa de alimentarse del mal rollo, sólo que no es una escuela para chicas con tutú sino un antiguo psiquiátrico reconvertido en prisión experimental para muchachas menores de edad que han paseado por el lado salvaje y deben pagar el precio de su aventura. Y no nos engañemos, las chicas de reformatorio son por definición carne de pulp y bajo instinto.

Este intrincado laberinto que va del viejo Creepy a la mítica de la bad girl pasando por Argento y las arquitecturas del mal es casi un acto de amor y una marca (al rojo vivo) muy propia de John Tones, y no es el único paseo por la subcultura mutante que regalan sus páginas. Otra chica será abducida por el viejo celuloide de serie b de Carnival of Souls, oscura y poco reconocida influencia de George Romero a la hora de reformular el cine de terror moderno con su Night of the Living Dead. Una tercera jovencita sucumbirá a lo sobrenatural escuchando punk en su walkman, aunque aquí la cita no es tan concreta y se debe contextualizar a la furia que amparó el punk norteamericano de principios de los 80. Ahora que lo pienso, punk y pulp estaban destinados a encontrarse más allá de la fonética, o quizá por eso. Punk y pulp apelan a lo inmediato y a dejarse de monsergas, a la descarga eléctrica de dos minutos y al relato febril de cien páginas, sin ornamentos ni florituras, entregándose al acople y la distorsión. En cierta forma, el buen relato pulp debe propiciar algo parecido a bailar pogo: no dar tregua ni respiro durante el frenesí de la lectura. 

Tebeos de miedo, cine de bajo presupuesto y punk supersónico son tres de las columnas que más que sostener alimentan al autor de esta honesta novelita de terror. Falta una cuarta, pero aquí no viene a cuento. Cuando hace ya un par de décadas John Tones decidió despojarse de su identidad real alterando el nombre de un mito del cine porno seguramente desconocía que se estaba condenando a escribir literatura breve y popular. Cuando alguien opta por dedicarse a la escritura y firmar con un pseudónimo como ese, más pronto que tarde el bolsilibro llamará a su puerta. Probablemente a medianoche. Si John Tones hubiera nacido en la época dorada de Bruguera y Toray, viviría encadenado a una máquina de escribir. Bueno, seguramente la realidad no sea tan diferente y sólo cambie el utensilio para la escritura y no la condena. Escribir para vivir pero también por gusto. Mala vida la del pulp. Mala vida la del punk.

Cuando al principio he trazado un sinuoso sendero plagado de referentes al tebeo y el cine de serie b, temo haber llamado a engaño. Quizá apelar a la cita pop de culto y de género les haga sospechar que Nigromancia en el reformatorio es un pastiche posmoderno, una recreación idealizada de la literatura pulp. Tampoco puedo negarlo porque a estas alturas no puede ser de otra forma; pero, y ahí está la gracia, John Tones antepone el respeto a tópicos y códigos y está libre de irritante pretenciosidad autoral. No debe ser cosa fácil cuando uno se propone hacer desfilar ante el lector peleas en las duchas de un reformatorio, chicas que se revuelcan y estiran de los pelos, sexo lésbico por debajo de la edad legal, monstruos, pozos, pasadizos secretos, rituales con encapuchados, sectas, referencias al asedio de Waco, trampas, despistes y la necesaria resolución final apresurada porque ya no queda más sitio donde escribir. 

No debe ser cosa fácil, no, que tamaño festival, y encima comprimido, acabe por funcionar tan bien. Una de las claves es que Tones en ningún momento comete la torpeza de impostar el estilo añejo del pulp original, a menudo cargante, y apela a otras vibraciones narrativas. Hubo un momento de la lectura de Nigromancia en el Reformatorio en el que me sentí tan feliz como cuando leía aventuras juveniles de Enid Blyton o de aquellos Tres Investigadores que visitaban a Alfred Hitchcock. Incluso tan feliz como cuando veía episodios de Scooby Doo. Sólo que aquí, en vez de adolescentes en bicicleta adictos a la limonada se erigen féminas combativas, tatuadas y tan feroces como las del final de Death Proof. Sí, por difícil que parezca Tones consigue ser fiel a la tradición al mismo tiempo que es honesto consigo mismo, y eso implica también un festival de hostias como panes. No podía ser de otra manera. 

(Prólogo a Nigromancia en el reformatorio femenino de John Tones, incluido en el Fanzine "Memento Mori #1". La ilustración de Guillermo P. Mogorrón también aparece en dicho Fanzine)