Sintiendo el agua templada martilleándole la espalda y coronilla y sin dejar de mirar a Beth y a las tres idiotas que observaban inquietas los cuerpos desvanecidos de sus compañeras a los pies de la pelirroja, Sandra se pasó los dedos por el labio inferior. Sabía a metal caliente. Se relamió y escupió la sangre que brotaba de encías, lengua y paladar. Observó los cuerpos desnudos de las recién llegadas. Adoptaban ridículas posturas de combate, neutralizadas de modo fulminante por la absurda impudicia que suponía la ausencia absoluta de ropa.Lee aquí los capítulos 1 y 2 de Nigromancia en el reformatorio femenino, de John Tones
—Este es un momento bastante apropiado para que os vayáis a tomar por culo por donde habéis venido.
Sabía a metal caliente
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